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sábado, 24 de septiembre de 2011
"Cuando los Árboles se olvidan del Otoño" por Antonio Crespo Massieu
Una presentación para Los Árboles: por Antonio Rioseco Aragón
En el momento en que Ivo Maldonado me propuso hacerme cargo de la presentación de su libro en Santiago, no había tenido aún la oportunidad de leerlo, y sólo tenía una vaga noción de la escritura que podrían albergar sus páginas. Pero en el contexto de una conversación que tuvimos tiempo atrás, me fue relatando algunos aspectos de la creación de este poemario: el lugar físico en el cual fue escrito, la situación anímica del poeta y el escenario urbano que cobijó la escritura y que -por cierto- penetra también sus poemas. Esa conversación la sostuvimos en Los Ángeles, mi ciudad natal, en la que me encontraba de paso el verano pasado. Ivo llevaba unos meses allí en una temporada de reclusión voluntaria, esperando nuevos rumbos y aires, tiempo que aprovechó dedicándose a la escritura. Cuando los árboles se olvidan del otoño, disparó con seguridad el título del libro que estaba por publicar, pero a la vez con humildad prosiguió: “que fue escrito en esta ciudad que es más tuya que mía”. Desde ese momento y antes de que su libro llegase a mis manos, fui construyendo en mi mente una idea de cómo serían sus textos basándome en aquella conversación y en el título. Me había señalado también las lecturas que circulan en el poemario y que recorren espacios comunes a las mías, haciendo un puente entre parte de la tradición chilena y cierta poesía norteamericana, con Sergio Hernández, Rojas, Wallace Stevens y Rexroth silbando en nuestros oídos.
Y tiempo después tuve el libro en mis manos y se me presentó el enriquecedor ejercicio de confrontar la poesía de Ivo con esa imagen que me había figurado, que, por supuesto, se relaciona también con mi propia escritura. Reafirmé en la lectura del libro ciertas ideas que me venían dando vuelta, como la observación y la reflexión agudas y certeras de la realidad, que se hacen a partir de una voz subjetiva que no pretende dictar sentencias.
Para partir ya hablando del libro, quiero señalar que el título podría tender la trampa de cerrar un poco la lectura o, más bien, dar coordenadas inexactas si es que se lee con ligereza. Me refiero a que tanto el olvido como el otoño que figuran en el título le otorgan inconfundiblemente un aura melancólica y, claro, se condice con esa soledad y reclusión de la que hablaba al principio, al referirme a las condiciones de escritura del mismo. Sin embargo, aquí nos encontramos con una escritura que explora otros espacios de la poesía, donde las lecturas y la reflexión sobre la vida y la condición humana se hacen presentes en poemas que fueron escritos para una lectura que sea capaz de pararse frente a la vida misma. Esto no quiere decir que el realismo que está presente opaque la utilización de un lenguaje poético rico en metáforas u otras figuras retóricas, que claramente no sólo tienen una finalidad estética, sino que generan también un nexo entre primeras y segundas lecturas, es decir, le otorgan un velo estético a un lenguaje con profundidad. Podría decir que el sentido que genera el olvido que los árboles hacen del otoño enfrentaría, por un lado, una pérdida de la memoria de la naturaleza y la vitalidad, pero, por otro, la convicción de que es un tiempo que corre sin contemplaciones para la nostalgia vaga, pues se enfrenta con entereza la decisión de no caer, lamentarse o deshacerse simplemente de las hojas. En este sentido, la caída o el descenso que representa el otoño como tópico tienen varias lecturas en el libro.
Al guardar, los poemas de Ivo, una relación con la realidad social, con la observación del país y su historia y la historia de todos, el decadentismo de una realidad que se desmorona es enfrentada por el poeta dejando en claro la posición de una escritura que asume el riesgo. Cito:
Escribir es un desafío de acróbatas
a veces se tiene una caída libre
Pero es también una mirada que no rehúye, ni menos quiere dejar escapar a los ojos de quienes persigue, pues quiere hablarles, contarles cómo ha sido estar lejos, retirado, pensando en ellos. El libro que se arma como un único poema fragmentado y asediado por los numerosos epígrafes, va marcando un tránsito desde los espacios interiores de la lectura y la reflexión hasta los de la ventana y la calle, las relaciones interpersonales truncadas y la nunca bien ponderada esperanza de compartir un trozo de vida en comunidad.
Acércate a mi primer acto
señala Ivo,
estará la radio/ la televisión
Los días serán largos/ siniestrosAcércate a mi primer acto
juvenil/ amable/ silenciosa
Recuerda que todos somos inocentes
Por otra parte, la poesía otoñal se presenta también en el libro a través de la distancia que guarda de la adolescencia, ya que no es añorada ni vista como un espacio vital fijo, sino puesta más bien en entrecruce tanto con la vitalidad como con la angustia presente, asumiéndose una relación inconclusa con la memoria, es decir, no existe el recuerdo como una entidad fija porque es asediado sin miramientos desde el hoy.
Volvamos en busca de la luna
sin más anhelo que una pistola
Rayemos todo el cielo de memoria
para poder encontrar la luzDetrás de cada derrota
duerme una pesadilla
que hunde sus cicatrices
en el mismo pañuelo
Quiero también referirme en estas líneas a la poesía de Ivo Maldonado en perspectiva, esto en relación a sus trabajos anteriores. Es una constante en su poesía la búsqueda de un lenguaje llano y próximo a un lector amplio, asumiendo temáticas que atañen no sólo a un iniciado en la poesía, sino también a aquellos y aquellas que desean verse en un diálogo con una escritura que les interpela e interpreta. No obstante, creo que en el libro que hoy presentamos hay un mayor riesgo, quizás un ejercicio de libertad creativa que no espera la retribución inmediata de la lectura fácil, pues aguarda el amable decantar que el tiempo le otorga a la escritura.
La estructura del libro también es un acierto, pues se compone de fragmentos que funcionan a veces por separado, a veces juntos, y que parecieran susceptibles de ser constantemente reordenados para jugar con sus sentidos. Se puede ir y volver en la lectura moviéndose a discreción por las páginas sin temor de perder la unidad propuesta por Ivo.
Para terminar, me tomo la libertad de juntar algunos fragmentos de Cuando los árboles se olvidan del otoño para hacer una especie de remezcla, y así componer la síntesis de mi lectura:
¿Cuál es la diferencia entre cementerios/
plazas de armas/ oficinas proempleo?
Esta generación se está perdiendo
entre el clonazepan y las cervezas de litro.Ante tal destrucción
ocultarnos era el único aciertoEl ruido de los ataúdes por la mañana
no era un ruido común
era el ruido de halcones chillando.Ya no hay voz
no hay voz
sólo monedas
persiguiendo aplausos
chocando contra el cielo.
"Cuando los Árboles se olvidan del Otoño" por Paz Molina
Cuando los árboles se olvidan del otoño: el festín desnudo de Ivo Maldonado
La poesía de Ivo Maldonado se derrama como una corriente impetuosa, por los ríos de su escritura lúdica, trágica y subconsciente.
Se reúnen los árboles para escuchar a este otoño olvidado, y la naturaleza toda tiene una fuerte presencia en estos versos. Cita a Antonin Artaud, el famoso poeta francés creador del Teatro de la Crueldad y al muy lírico William Carlos Williams. Es como si su poesía quisiera apoyarse de estas grandes figuras por su resonancia y apasionamiento, porque Ivo Maldonado exclama: “Nadie ha dado señales una árbol ha sido quemado por un verso se busca musa para todo servicio remuneración acorde al Mercado. Escribo de memoria un día domingo mientras oigo el canto de una cuchara aplastada por el viento. La desnudez ha sido atrapada por páginas inconclusas. A veces un poema parece una invocación la bella ausencia del molino hablándole a un jeroglífico”.
En los versos citados puede observarse una desazón, una congoja, la del poeta en lucha con los elementos, un poeta que necesita de la inspiración para envolver su propia desnudez y también la nuestra al quedarnos solos y ateridos ante este vendaval que se nos viene encima.
Se habla de locura, precipicios y naufragios porque todo ha sido inútil, incluso el festín de la sabiduría. Y la locura ha transformado en escalera los precipicios, escalera para subir, para ascender al mundo de los sueños y la imaginación, incluso del delirio, porque “el sacrificio de los mortales es vagar sabiendo que no hay mayor alucinación y la inspiración sopla en un astro que también puede ser un hombre”.
El poeta confiesa que comenzó a escribir porque una señora le pidió que anotara una dirección, y este proceso aparentemente accidental de la dedicación al oficio de poeta es negado en su misma contradicción, confesando que su padre lloraba cuando el niño no quería hacer las tareas.
Mucha tarea se ha dado el poeta al enfrentarse con el otoño y descubrir que las hojas caídas son las páginas de su propio libro y que aprendió a dibujar el abecedario en las alas de una gaviota. Sensación y percepción de vuelo que eleva la inspiración hasta las cumbres de las montañas para luego proseguir en vuelo rasante hasta caer al precipicio, donde los significados se cuestionan y no se toleran las ambigüedades.
“Si hay un camino de salida debe haber otro de regreso. Está cara la luz dice mi madre mientras espera evidentemente que apague el computador.” Antipoéticamente se expresa Ivo Maldonado: “No estoy dispuesto a pagar pasajes ni impuestos de carretera”.
Este poemario tienen unidad en su lenguaje directo y desenfadado, que oscila entre revelar sentimientos, pensamientos y emociones o dejarnos en el desconcierto total por tanta afirmación apasionada: “es porque estoy atrapado”; atrapado en su propio lenguaje, caído en su propio precipicio, en vuelo hacia un horizonte desconocido.
Reflexiona sobre el tiempo: “El tiempo sin tiempo es un entierro, una mancha, un revólver, un cuesco”. Bordea el sinsentido como queriendo desdramatizar el concepto de tiempo que tanto ocupa a filósofos y poetas: “El tiempo es como ustedes prefieran llamarlo el canto de las cigarras en la fiesta de espaldas”.
Hay connotaciones surrealistas en este libro de Ivo Maldonado, hay un orden de cosas transfigurado y en permanente modificación: “desnudo, desnúdate, desnudémonos, arranquémonos la piel como si el mar nos envolviera con su carne de vidrio y sus cabellos de electricidad ¿no oyes o prefieres jadear en esta tabla partida en visiones?”. Como dijo Rimbaud, me haré vidente a partir del total desarreglo de mis sentidos. Sentidos que en el caso de nuestro poeta estar hipersensibilizados frente a las circunstancias de su vida, frente a la naturaleza y sus variados ciclos, naturaleza de la que Ivo Maldonado es parte y en la cual busca ansiosamente reconocerse, rescatarse y replantearse como individuo. Para esto recurre a diversos recursos estilísticos, mezclando numerosas referencias culturales que hacen de este libro un referente muy interesante en la cultura de hoy, y específicamente en el contexto de la joven poesía chilena que une tradición y vanguardia.
Yo agradezco esta oportunidad de comentar al joven autor, y debo reconocer que me ha sorprendido la riqueza de sus recursos, dejando testimonio de vida y poesía.
Me gustaría para finalizar plantearle a Ivo Maldonado algunas preguntas:
1. ¿Te identificas con algún grupo o corriente literaria?
2. ¿Qué poetas chilenos influyeron en ti?
3. ¿Qué poetas extranjeros admiras?
Para la Sociedad de Escritores de Chile es un agrado recibir la visita de Ivo Maldonado y conocer este nuevo libro. Para mí en lo personal es un honor y una experiencia importante. Doy gracias a mi colega Ivo Maldonado por este privilegio.
"Cuando los Árboles se olvidan del Otoño" por Isabel Gómez
CUANDO LOS ÁRBOLES SE OLVIDAN DEL OTOÑO
NUEVO LIBRO DEL POETA IVO MALDONADO
(Extraído de la Revista Pluma y Pincel, Agosto 2011)
(Extraído de la Revista Pluma y Pincel, Agosto 2011)
“Escribo de memoria un día domingo/ mientras oigo el canto de una cuchara /aplastada por el viento…”. Así doy inicio a la lectura de este libro sugerente desde su título. Por qué Cuando los árboles se olvidan del otoño, me pregunto, es quizá una forma de recordarnos nuestro ser histórico, nuestro ser telúrico, nuestro ser material.
Ivo Maldonado ha publicado, entre otros libros de poesía “Anamorfosis” (Ediciones Etcétera, 2000); “Pequeña Antología de la Nada” (Antros Ediciones, 2003). En Dramaturgia ha montado: “No es bueno recordar” (2001) y “La Catarsis en el Paraíso"(2003).
Hoy nos convoca su nuevo libro de poesía “Cuando los árboles se olvidan del otoño”, en cuyo discurso literario se encuentra implícito la importancia de la escritura entendida como una manera de ver y expresar la vida. Maldonado nos dice: “Elegí escribir porque mi padre/lloraba cuando no quería hacer las tareas/ y compró un pizarrón transparente/donde me enseñó a dibujar el abecedario/en las alas de una gaviota…”. La poesía, sin duda es un oficio que nos permite enunciar mundos, dilucidar otros que van conformando paisajes interiores más allá de nuestra capacidad de diálogo.
Las palabras, en ocasiones son mundos independientes de nosotros, van construyendo realidades propias, se desprenden de nuestra piel como queriendo replantearnos situaciones de vida más allá de las observaciones que podemos realizar de manera concreta y real. Cuando los árboles se olvidan del otoño, son textos que se van configurando a partir de una búsqueda de mundos más perfectibles, mundos, quizá, más nostálgicos, en donde la capacidad de asombrarnos no sea un adorno en nuestro inconsciente, sino una posibilidad real de relacionarnos con el paisaje urbano y rural de manera más humana, esta construcción hace que el poeta transite y se mueva a partir de realidades opuestas que muchas veces van conformando mundos paralelos. Sociedades en extremo industrializadas en donde no cabe la posibilidad de la reflexión y la crítica.
Más bien vivimos al amparo de sociedades cerradas, crípticas, en donde los grandes ideales cada día son anulados, esto va debilitando todas aquellas ideas que nos hablan de mundos opuestos y de formas emancipadoras que vayan en beneficio de las colectividades. De ahí la importancia de la poesía, porque como nos dice el autor: “A veces un poema parece una invocación/ la bella ausencia del molino hablándole a un jeroglífico”.
Marcuse señala que: ”El lenguaje es despojado de las mediaciones que forman las etapas del proceso de conocimiento y de evaluación cognoscitiva. Los conceptos que encierran los hechos y por tanto los trascienden están perdiendo su auténtica representación lingüística. Sin estas mediaciones, el lenguaje tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho, verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función.” (Marcuse, 1954:115).
Las situaciones de vida son cada vez más pragmáticas, el lenguaje del conocimiento es confrontado con la utilidad que éste provoque en los sujetos. Maldonado muy bien refleja esta situación a través de su lenguaje poético, cito: “Las máquinas controlan la felicidad/ el remordimiento/ el canto del gallo/ El azar tiene un cuchillo que no podemos ver/ el azar esconde sus huellas en un cuerpo profano/ UN ROBOT NACE PARA DESTRUIR EL SILENCIO”.
Estamos en presencia de sociedades y sujetos unidimensionales, nos dice Marcuse, centrados en verdades efímeras que no se sostienen en el tiempo, porque subsisten sobre la base de falacias que rompen el equilibrio de las cosas. Por ello no existe una distinción entre el ser y el no ser. Todos estos elementos se encuentran presentes en la poesía de Maldonado. Porque entre sus páginas pervive el ser en la ausencia del ser, el árbol es el elemento que interrogamos y que nos interroga sobre las proyecciones pero también las banalidades de la sociedad de hoy.
Cito: “Esta generación se esta perdiendo / entre el clonazepan y las cervezas de litro / Los niños se despiden de sus disfraces/ y recogen regalos camino al polo norte…”.
La poesía, sin duda, es una herramienta pertinente para cuestionarnos la vida, para proyectar nuestro ser social más allá de nuestras individualidades, para humanizar la existencia. Owen decía que el concepto de poesía está tan ligado a la vida que las relaciones del autor con su escritura son sólo visiones que recogen elementos estéticos de su propia existencia. Sin duda hay mucha certeza en ese enunciado, sin embargo la poesía es un elemento capaz de trascender las subjetividades del ser e instalarse en el inconsciente colectivo y desde allí ser una herramienta que nos permita transformar nuestro entorno social, filosofar la existencia, formular preguntas, que nos hagan repensar el mundo.
El poeta nos dice:
“¿Quién se perdió primero: el origen o el mundo?
¿Quién reventó sus oídos: la lluvia o el cansancio?
¿Quién sufre más que este árbol cuando hace frío?”
El mismo Owen, considera que la “función poética es elaborar en metáforas los datos sensoriales o el propio sistema del mundo” (1979). Sin duda, ordenar estos sistemas, a partir de preguntas que van armando una red de significados es el gran aporte de este libro, en sus páginas la poesía se va construyendo como quien pinta un cuadro, porque cuando el poeta enuncia, “¿Quién se perdió primero: el origen o el mundo?”, nos está señalando todas las grandes problemáticas de la existencia a través de una poesía dialogante, visual, interrogante y perspicaz. Cito: “Desatemos el nudo de la casa en el árbol/ sentémonos a la derecha de todo lo que nos persigue…”.
Al leer el título de este libro: Cuando los árboles se olvidan del otoño, me atrevería a hacer una analogía con la frase, cuando los hombres se olvidan de vivir, porque es a partir de este título donde comienzan a aparecer, mediante el discurso literario, testimonios cuyas referencias siempre vuelven al origen y desde allí la escritura es un reencuentro obligado con nosotros mismos, pero también con el otro, sin dejar de ser protagonistas en la construcción de nuestra identidad.
El sistema imperante hace que los sujetos sociales cada vez estén más en soledad, esta sociedad del consumo ha instalado en nosotros un discurso fragmentado, cuyas ideas se encuentran encriptadas en su propio dolor, anquilosadas a los miedos de la existencia, vista como un escenario donde transitan y se mueven los hombres desde su propia individualidad, de ahí la importancia de crear puentes entre el sujeto poético y el sujeto público, entre lo abstracto y lo concreto, entre la belleza y la fealdad, todos estos elementos como una forma de confrontarnos con aquellos tópicos presentes en nuestra humanidad, los sentidos no siempre se relacionan desde un plano lógico, inciden en ellos aquellos agendas históricas que representan, los sujetos están situados en el universo, de ahí que el conocimiento en muchas ocasiones está dirigido en función del cómo logramos insertarnos en un espacio determinado. Bajo este escenario la poesía tiene un discurso propio y desde allí construye una conciencia crítica que le permite luchar en contra de la mercantilización del sistema, especialmente en esta época de crisis del sentido, caracterizada más bien, por el consumo y el dominio de lo mediático, subvalorando la cultura y la expresión de los sujetos. El poeta Maldonado sabe de estas falencias y las proyecta a través de su discurso poético, porque sin poesía no hay sutileza, sin poesía no hay emotividad, sin poesía no hay sentidos en donde pervivan las emociones del ser, porque
“Si tan sólo soplaras mi frente/
“Si tan sólo soplaras mi frente/
yo pediría un deseo”.
sábado, 17 de septiembre de 2011
Raymond Carver, poeta del “Realismo Sucio” por Enrique López
Domingo 16 de noviembre de 2008 Num: 715
Revista La Jornada Semanal, México.
¿LO QUE USTED LLAMA MALUS DOMÉSTICA NO ES LO QUE TODOS CONOCEMOS COMO MANZANA?
No deja de sorprenderme la capacidad de algunos críticos para encontrarle nombre a los grupos literarios que han ido apareciendo desde el siglo XX en diversas latitudes, algunas veces con atingencia; otras, con un facilismo pueril que, a pesar de eso, se impone mercadotécnicamente: este último es el caso en el que se ejerció el bautismo para las llamadas generaciones del boom latinoamericano, de la onda mexicana y del crack (igualmente mexicano), donde imagino que las respectivas palabras sajonas quieren significar “estallido” y “ruptura”. Entiendo que algunos grupos tomen el nombre de las revistas que publicaron (como los ultraístas), del manifiesto que suscribieron (como los dadaístas), o de la ciudad en la que sostuvieron reuniones o desarrollaron su trabajo (como el Grupo de Frankfurt); también, que algunas ocurrencias, como la de Gertrude Stein, sean exitosas a la hora de considerar que la de Hemingway, Dos Passos, Faulkner, Cain, Caldwell y Steinbeck era una “generación perdida” –máxime si se recuerda que Stein no le tenía ninguna simpatía a ese grupo estadounidense de entreguerras: cuando se analiza la anécdota en la cual la poetisa le dice a Hemingway, en París: “lo que ocurre es que ustedes son una generación perdida”, no parece entenderse en ella un comentario simpático sino, más bien, hostil; por lo demás, es revelador que fuera Hemingway quien popularizara el término.
Cuando se habla de “realismo sucio”, el concepto no deja de producirme una especie de urticaria metafísica. De por sí, el realismo decimonónico admitía lo limpio, lo sucio y lo percudido desde que Stendhal, en Rojo y negro (1830), advirtió que la novela era como un espejo que, yendo por el camino, era capaz de reflejar la suciedad del fango y la limpidez del cielo, cosa que mostraron una y otra vez los escritores realistas europeos, desde Balzac y Pérez Galdós hasta Dickens y Zola, y eso es algo que todavía se percibe en novelistas fronterizos como Proust y Thomas Mann, quienes ya estaban en el límite donde el realismo decimonónico estaba a punto de morir para dar advenimiento a la nueva novela del siglo XX. ¿Acaso son muy “limpias” las historias desplegadas en Naná, La Regenta, Ana Karenina, o El retrato de Dorian Gray ? ¿Acaso es más “sucio” Bukovsky que Apuleyo, el Marqués de Sade, Georges Bataille, Henry Miller, o Pierre Klosovsky? Me parece que la etiqueta “realismo sucio” es completamente confusa y equívoca, pero hay quienes consideran que dentro de ella podemos encontrar a un grupo de narradores estadunidenses nacido entre 1920 y 1945: Charles Bukovsky, Raymond Carver, Richard Ford y Tobias Wolff.
¿Qué es, en última instancia, el realismo? Una representación del mundo en el texto literario, mediante palabras, donde el mundo es “reconocible”. Sin embargo, como el concepto es decimonónico, no pueden eludirse algunas características que el siglo XIX le impuso al ejercicio narrativo de orden “realista”: la literatura es un documento “objetivo” que sirve como testimonio de la sociedad de su época, para lo cual recurre a la técnica exhaustiva de la descripción de cuanto se refiere al entorno cotidiano de personajes vulgares, a los que el escritor registraba en sus cuadernos de notas (cuando le daba la gana ejercer esos registros empíricos de manera “sistemática”).
Fiel a su tiempo, la novela realista europea del siglo XIX fue el género literario que representó a la burguesía, que buscaba instalarse como clase dominante en todos los aspectos de la vida, incluido el cultural y el estético. Los ideales burgueses (materialismo, utilitarismo, búsqueda del éxito económico y social) fueron impregnando paulatinamente a la novela, aunque fue inevitable que luego fueran apareciendo muchos de sus problemas internos de clase. Cuando el entusiasta ascenso burgués comenzó a convertirse en desengaño, la mera descripción externa de las conductas se transformó en la descripción interna de las mismas, lo cual terminó en procedimientos narrativos introspectivos como el monólogo interior, o en la exageración de los contenidos sociales, documentales y científicos, que buscaron aproximarse a las clases humildes, marginadas y desfavorecidas: fue el caso del naturalismo, bajo la influencia de las tesis cientificistas del doctor Claude Bernard (Médecine expérimentale, de 1865).
Después del largo período narrativo que viajó de Stendhal a Thomas Mann, apareció entre los críticos estadunidenses del siglo XX el concepto de dirty realism para designar a un movimiento literario surgido entre los años setenta y ochenta del siglo pasado, y cualquiera puede preguntarse si se trata de una variante de ese realismo europeo que también llegó a Hispanoamérica desde el siglo xix , o si sólo es una oportunista etiqueta mercadotécnica, fruto de un país pletórico de tales oportunismos. En cualquier manual de literatura estadunidense se lee que, en términos generales, el dirty realismpretende reducir la narración (especialmente el relato breve) a sus elementos básicos. ¿No es eso lo que en música y pintura se llamó minimalismo durante el mismo período?
Hagamos un ejercicio de la memoria: igual que en el minimalismo, el “realismo sucio” se complace en la sobriedad, en la precisión, en la parquedad para todo lo que se refiera a las descripciones (verbales, en literatura; sonoras, en música; visuales, en pintura); así, objetos, personajes y situaciones anecdóticas se trazan de la manera más concisa y superficial posible; y el uso del adverbio y la adjetivación se reducen al máximo (si se tolera el oxímorondecimonónico: los personajes retratados suelen ser personas corrientes con vidas convencionales. Para el caso de la narrativa esatadunidense, cuatro ancestros de distintas épocas informan algo acerca del espíritu del “realismo sucio”: los narradores estadunidenses O. Henry, Salinger, Scott Fitzgerald y –sin sorpresas– Hemingway, además de las influencias recientes del compositor John Cage y del poeta William Carlos Williams. Otros contemporáneos son parte de un impulso semejante, como en el caso de los brillantes compositores Arvo Pärt (estoniano), John Tavenner (inglés) y Philip Glass (estadunidense). Entonces, no tendríamos que hablar de “realismo sucio” sino de minimalismo, como no se habla de música “sucia” ni de pintura “sucia” (hasta el día de hoy: los conceptos del pasado son parte del revuelto costal de nuestros días). Así, demos el nombre correspondiente a sus respectivas cosas: Raymond Carver (1938–1988) fue un narrador minimalista a quien se considera uno de los autores del “realismo sucio”.
BREVÍSIMA BIOGRAFÍA DE RAYMOND CARVER
¿Y obtuviste
lo que querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué deseabas?
Considerarme amada,
sentirme amado sobre la tierra.
R. C.
Las vidas de hoy ya no se historian como en el siglo XIX: son minimalistas, salvo que se trate de figuras muy visibles o remunerables, como las de John Lennon y Marilyn Monroe. Tal vez sea por eso que algunas quepan en pocas palabras, mientras que otras caben en mil páginas.
Hagamos el esfuerzo del párrafo breve con Raymond Clevie Carver, Jr. , nacido el 25 de mayo de 1938 y muerto, por cáncer pulmonar, el 2 de agosto de 1988, a los cincuenta años de su edad. Carver nació en Clatskanie, Oregon, pero vivió los años decisivos de su infancia en Yakima, Washington, donde su padre –alcohólico– trabajaba en un aserradero. Su madre fue camarera y vendedora. Tuvo un hermano llamado James Franklin Carver, nacido en 1939. Años después, Raymond estudió con el escritor John Gardner, en el Chico State College, en California. Publicó muchísimos relatos en diversas revistas y periódicos, incluidos el New Yorker yEsquire: en ellos, Carver contó la vida de personas de las clases desfavorecidas de la sociedad estadunidense. Estuvo casado dos veces y su segunda esposa fue la poetisa Tess Gallagher. Antes de eso, también fue alcohólico: Carver se llegó a referir al hombre de esos años como “Raymond, el Malo” y, en esa época, un amigo suyo lo describió como “el hombre más triste que haya conocido nunca” ; luego se recuperó y permaneció sobrio los últimos diez años de su vida. Fue un gran amigo de Tobias Wolff y Richard Ford, compañeros suyos de la corriente minimalista. Algunos críticos lo consideran el “padre” del minimalismo literario estadunidense y, cuando murió en Port Angeles, Washington, Carver era considerado un respetable escritor, afamado y “de moda”. Gordon Lish lo editó como narrador y James Dickey, como poeta.
Aunque reunió ocho libros de poesía (All of us: the collected poems, A new path to the waterfall, Ultramarine, Where water comes together with other water, At night the salmon move, Winter insomnia, Near Klamath y So much water so close to home), Carver es recordado como prosista, mediante cuatro volúmenes de narrativa:¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), Catedral (1983) y Tres rosas amarillas (1988). En español circula, además, una especie de antología realizada por Tess Gallagher y prologada por Robert Altman, quien se basó en ella para realizar su célebre películaShort cuts: vidas cruzadas (1993).
Según lo relata Gallagher en su libro Soul Barnacles (ten more years with Ray), que en español se tradujo como Carver y yo, cuando el escritor supo que iba a morir debido a un tumor cerebral y a la metástasis que éste produjo en sus pulmones, Raymond Carver decidió concluir sus dos últimos libros: un poemario y Desde donde llamo, último volumen de relatos –que recibió muy buena crítica. El año de su muerte fue nombrado miembro de la Academy American y el Institute of Arts and Letters; antes, ya había recibido el doctorado honoris causa en letras por la Universidad de Hartford y la Brandeis Medal for Excellence. Pocos días antes de su muerte, Carver le dijo a su esposa: “Nos estamos saliendo de esta historia, cariño.” Gallagher escribió en sus memorias: “Si sólo hubiera sido cuestión de voluntad, hoy estaría vivo.” Hacia mediados del verano y menos de tres meses después de haber cumplido cincuenta años, se apagó la vela minimalista de Raymond Carver.
CARVER, MINIMALISTA
Quien haya visto Vidas cruzadas del también difunto Robert Altman, sin haber leído los cuentos de Carver, no tendrá una buena idea de las cualidades narrativas del escritor, comenzando porque Altman creó un brillante collage donde entremezcla diversas narraciones breves y un poema carverianos: utilizando las mecánicas de la casualidad y la yuxtaposición, sobrepone y hace coincidir diversas vidas e historias que coexisten en el condado de Los Ángeles (espacio inusual en la narrativa de Carver), donde los veintidós personajes muestran sus luces, opacidades, miserias y pequeños logros durante un mismo plano cronológico y geográfico que concluye con un temblor. No disputo los méritos cinematográficos de Altman ni confundo los diferentes alcances de los lenguajes cinematográfico y literario, pero si Carver hubiera escrito algo como Vidas cruzadas, estaríamos hablando de un autor que habría sido novelista además de cuentista: si la película fuera una novela, faltarían la prosa ceñida, el relato conciso y la ambigüedad característica de los cuentos de Carver.
Cuando Raymond Carver comenzó a publicar la que sería su obra canónica en forma de libro alrededor de 1974 (aunque los cuentos recogidos en Will you please be quiet, please?, empezaron a ser publicados hemerográficamente desde 1963), sus tonos, temas y estilo ya parecían completamente maduros, a la manera de Palas Atenea: adulta y armada al nacer de la cabeza de Zeus. Pocos escritores han podido mostrar una obra literaria semejante, en la que no parecen existir “borradores” previos a la obra madura: Arthur Rimbaud, Juan Rulfo, Julio Cortázar… Esos borradores existen (ahí se percibirían equivocaciones y avances estilísticos): lo importante es haber ofrecido a los lectores una obra donde se prescindió del trabajo de aprendizaje. Si se considera que, desde las fechas indicadas hasta la de la muerte del autor, transcurrieron veinticinco años y que Carver murió a sus cincuenta, puede afirmarse que el cuentista estadunidense deambuló por una casi permanente madurez narrativa.
La eficacia de Carver radica no sólo en el buen uso que da a los recursos minimalistas que he mencionado antes, sino en la falta de énfasis con que propone una historia o un desenlace terribles, o la monotonía en la que viven sus personajes, lo cual exige agudeza del lector para percibir los signos que modifican un destino, o muestran en su dimensión más vertiginosa el miedo y la mediocridad en que ellos viven.
Hay tres cuentos notables que rompen con la tesitura mencionada, pues en ellos Carver despliega lo que más tradicionalmente se llamaría una “acción” con su respectiva “peripecia” (hablo de convenciones narrativas, pues no hay texto donde no se desarrolle una diégesis, parsimoniosa, o insignificante): “Parece una tontería”, “Diles a las mujeres que nos vamos” y “Tres rosas amarillas”. En el primero, un accidente automovilístico trastorna los planes de Ann y Howard, quienes encargan un pastel para celebrar el cumpleaños de Scotty, su hijo, con la consecuente zozobra hospitalaria. En el segundo, Bill y Jerry, dos amigos casados, inician un ligue en la carretera con dos ciclistas, Bárbara y Sharon: en las tres últimas líneas del cuento se plantea la peripecia que sorprenderá a Jerry y al lector. En el tercero, como un homenaje y, a la vez, como meditación especular, Carver narra los últimos días de la vida de Chéjov.
Tess Gallagher asentó en sus memorias: “Las cosas buenas les pasan a los hombres felices y yo tuve el privilegio de ver cómo Ray se convertía en un hombre feliz. Recuerdo a menudo lo contento que estaba por el mero hecho de sentirse vivo. Precisamente por eso, lamentaba tener que irse tan pronto.” Entre el pánico personal producido por la certeza de una muerte inaplazable y la solidez artística con que Carver sabía contar sus historias, el escritor se impuso a la persona: la manera objetiva y poco emocional con que el narrador cuenta el final físico de Chéjov así lo demuestra. Fiel a los preceptos minimalistas, la carga emotiva del cuento surge del conjunto de pequeños incidentes y situaciones que acompañan la muerte del escritor ruso, no de la deliberación melodramática del escritor estadunidense, a quien algunos críticos consideraron “el Chéjov americano”.
Se cumplieron¬ veinte años de la muerte física de Raymond Carver, quien legó una obra insoslayable. Está junto a nosotros: hagámosle saber que no se ha ido, pues habla para todos.
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