lunes, 14 de febrero de 2011

Pier Paolo Pasolini, "La rabia y la lava"



Poeta, novelista, cineasta, dramaturgo y ensayista italiano nacido en Bolonia en 1922.
Hijo de un militar fascista y una madre profundamente católica, sus ideas siempre fueron de izquierda, llegando incluso a unirse por algún tiempo al partido comunista. A los diecisiete años se matriculó en la Universidad de Bolonia para estudiar Filosofía y Letras, y cinco años después publicó el primer libro de poemas.Una etapa muy importante de su producción literaria se produjo entre 1954 y 1966 cuando publicó "Las cenizas de Gramsci""El ruiseñor de la Iglesia católica", "Poesía en forma de rosa",  y los ensayos "Pasión e ideología", y "La religión de mi tiempo". Fue además un gran guionista y director de cine. Sus escritos sobre crítica social alcanzaron gran brillo con uno de sus últimos trabajos, "Cartas luteranas", en las que analizó la situación decadente de la sociedad italiana.
Fue asesinado el 2 de noviembre de 1975 en la ciudad de Roma.



Madre de familia burguesa

En mi familia, pues, todos vivimos
la existencia tal como debe ser;
las ideas con que nos juzgamos a nosotros mismos
y a los demás, los valores y los acontecimientos,
son, como suele decirse, un patrimonio común
a todo nuestro mundo social.
Yo en este sentido era peor que todos.
Es difícil decir como he vivido;
como, para vivir, me bastaba la naturalidad del vivir;
ocuparme de la casa, de mis afectos,
como si hubiera sido una campesina en su cubil familiar,
que lucha con uñas y dientes para la existencia.

Marxista

¿Cómo me hice marxista?
Y bien... iba entre las florecillas primaverales, blancas y celestes,
que nacen justo después de las prímulas,
-y un poco antes de que las acacias se cubran de flores,
perfumadas como la carne humana, que se descompone en el calor sublime
de la más bella estación y escribía en las orillas de las pequeñas lagunas
que a lo lejos, en el país de mi madre, como uno de esos nombres
intraducibles se las llama “fonde”,
con los hijos de los campesinos que se bañaban inocentemente
(porque permanecían impasibles ante su vida
mientras yo los imaginaba conscientes de lo que eran)
escribía los poemas de “El ruiseñor de la Iglesia Católica”.
Era en el ’43: en el ’45 todo fue diferente.
Esos hijos de campesinos, ya más grandes,
se pusieron un pañuelo rojo en el cuello y marcharon
hacia la capital del distrito, con sus puertas
y sus palacetes venecianos.
Y es así cómo supe que eran jornaleros,
y que había también patrones.
Me puse del lado de los jornaleros, y leí a Marx.

Muerte

Vuelvo a ti, como vuelve
un emigrado a su país y lo redescubre:
he hecho fortuna (en el intelecto)
y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.
Una rabia negra de poesía en el pecho.
Una loca vejez de jovencito.
Antes tu alegría se confundía
con el terror, es verdad, y ahora
casi con otra alegría
lívida, árida: mi pasión decepcionada.
Ahora me das miedo de verdad,
porque estás de verdad cerca, incluida
en mi estado de rabia, de oscura
hambre, de ansia casi de criatura nueva.

Ninetto
Uno entre muchos epílogos

Ay, Ninarieddo, recuerdas aquel sueño...
del que tantas veces hemos hablado...
Yo estaba en el coche y me iba solo con el asiento
vacío al lado mío, y tú corrías;
a la altura de la ventanilla aún semiabierta,
corriendo ansioso y obstinado, me gritabas
con un poco de llanto infantil en la voz:
‘Paolo, ¿me llevas contigo? ¿Me pagas el viaje?’
Era el viaje de la vida; y sólo en sueños
osaste descubrirte y pedirme algo.
Tú sabes muy bien que aquel sueño es parte de la realidad;
y no un Ninetto soñado el que dijo esas palabras.
Tan verdad es, que cuando hablamos de ello, te ruborizas.
Ayer, en Arezzo, en el silencio de la noche,
mientras el centinela echaba la cadena a la cancela
detrás de ti y tú ibas a desaparecer,
con tu sonrisa fulmínea y burlona, me dijiste... ’¡Gracias!’
‘¿Gracias, Niné?’ es la primera vez que me lo dices.
Y, efectivamente, te das cuenta de ello y te corriges, aguantando el tipo
(en eso eres un maestro), bromeando:
‘Gracias por el viaje’. El viaje que tú querías
que yo te pagase era, lo repito, el viaje de la vida:
y en ese sueño de hace tres, cuatro años decidí
lo que a mi equívoco amor por la libertad era contrario.
Si ahora me agradeces el viaje...Dios mío,
cuando estás en el calabozo, tomo con miedo
el avión hacia un lugar lejano. De nuestra vida soy insaciable,
porque una cosa única en el mundo no puede nunca agotarse.

Padre (I)

Con el fin del fascismo, comenzó el fin de mi padre.
Lo que dije del fascismo es una coartada,
con la que justifico también mi odio,
injusto, hacia ese pobre hombre: y debo decir sin embargo que es un odio
horriblemente mezclado de compasión.
Ahora que inmerecidamente tengo cuarenta y cuatro años,
casi la edad que él tenía en la época de mis primeros poemas,
lo veo fuera de mi historia,
en un episodio que me es totalmente extraño,
en el que soy un culpable héroe objetivo.
Porque debo recordar
que, con mi amor inicial hacia mi madre,
hubo también un amor hacia él: un amor sensual.
Debo recordar mis pasitos de niño de tres años
en una ciudad miserablemente perdida entre las montañas,
de apariencia ya un poco austríaca,
casi en las fuentes de un río con nombre de museo y de guerra
y de miseria,
un río celeste entre grandes playas arenosas
al pie de las montañas,-
mis pasitos al borde de una carretera
golpeada por un sol que no era de mi vida
sino de la de mis padres,
el borde donde mi padre, hombre joven,
estaba orinando...

Padre (II)

Todo esto está bien, París está llena de la experiencia de estas cosas;
y es mucho mejor si se trata de una muchacha sencilla convertida en reina;
está bien y cuenta hasta un cierto punto, y para las almas en pena;
lo que cuenta es él, el Padre, sí, él:
lo dice uno que no lo conoce
que nada sabe de él, que nunca lo ha visto,
que nunca le ha hablado, que nunca lo ha escuchado,
que nunca lo ha amado, que no sabe quién es, que no sabe si es-
¡Tú, al sonreírme a mí, le sonríes a él!
Pero yo nunca pude ser él, porque no lo conozco,
te lo juro, María, no tengo la mínima experiencia de él;
¡Y para tí es tan natural!

Pasado

Yo soy una fuerza del pasado.
Sólo en la tradición está mi amor.
Vengo desde las ruinas, desde las iglesias,
los retablos de altar, desde los pueblos
abandonados sobre los Apeninos o los Prealpes
donde vivieron mis hermanos.
Doy vueltas por la Tuscolana como un loco,
por la Appia, como un perro sin amo.
O miro los crepúsculos, las mañanas
sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo,
como los primeros actos de la Poshistoria
a los que asisto, por un privilegio del registro civil,
desde el borde de alguna edad
sepultada. Monstruoso es nacer
de una mujer muerta.
Y yo, feto adulto, doy vueltas y revueltas,
más moderno que todos los modernos
buscando hermanos que ya no existen.

Pasaje

Luego, en los ’60, rodé mi primera película, que se titula “Accattone”.
¿Por qué pasé de la literatura al cine?
Hay, entre las preguntas previsibles de una entrevista,
una pregunta inevitable, y ésta lo es.
Respondía siempre que era para cambiar de técnica,
que tenía necesidad de una nueva técnica para decir algo nuevo,
o, al contrario, que decía lo mismo siempre, y que, por eso
debía cambiar de técnica: según las variantes de la obsesión.
Pero no era del todo sincero dando esta respuesta:
lo verdadero estaba en lo que había hecho hasta entonces.
Después me di cuenta de que no se trataba de una técnica literaria, casi
formando parte de la lengua con la que uno escribe:
sino que era, ella misma, una lengua...
Y entonces proclamé las razones oscuras
que presidieron mi elección:
¡cuántas veces rabiosa y desconsideradamente
declaré querer renunciar a mi ciudadanía italiana!
Y bien, abandonando la lengua italiana, y con ella,
progresivamente la literatura,
renunciaba a mi nacionalidad.
Decir no a mis orígenes pequeño burgueses,
le daba la espalda a todo lo italiano,
protestaba, ingenuamente, poniendo en escena una abjuración
que, al mismo tiempo que me humillaba y me castraba,
me exaltaba. Pero no era del todo sincero, todavía.
Porque el cine no es solamente una experiencia lingüística,
sino también, en tanto que búsqueda lingüística,
una experiencia filosófica.

Roma

Mísera y magnífica ciudad
que me ha enseñado lo que, alegres y feroces,
los hombres aprenden de niños,
las pequeñas cosas en las que se descubre
la grandeza de la vida en paz, como el andar
firmes y apresurados entre la muchedumbre
de las calles, dirigirse a otro hombre
sin temblar, no avergonzarse
de mirar el dinero contado
con dedos perezosos por el mozo
que suda delante de las fachadas, trabajando,
con su eterno color de verano;
aprender a defenderme, a ofender, a tener
el mundo delante de los ojos
y no solamente en el corazón,
a comprender que pocos conocen las pasiones
en las que yo he vivido, que no me son fraternos
y sin embargo hermanos míos son en el tener
pasiones de hombres que alegres,
inconscientes, enteros, viven
de experiencias por mí desconocidas.

Soledad

La soledad; hay que ser muy fuertes
para amar la soledad; hay que tener buenas piernas
y una resistencia fuera de lo normal: no hay que exponerse
a resfriados, gripe o dolor de garganta: no hay que temer
a atracadores ni a asesinos; si es preciso caminar
toda la tarde o, tal vez, toda la noche
es preciso saberlo hacer sin darse cuenta; no hay donde sentarse;
especialmente en invierno, con el viento que sopla sobre la hierba mojada,
y con las rocas entre la basura, húmedas y fangosas;
no hay ningún consuelo, de eso no hay duda,
además del de tener por delante todo un día y una noche
sin deberes ni límites de ningún tipo.

Súplica a mi madre

Mis palabras de hijo dirán difícilmente
algo a un corazón de mí tan diferente.
Sólo tú en el mundo sabes de mi corazón
lo que siempre fue, antes de cualquier amor.
Por eso tengo que decirte lo que es horrible reconocer:
germina mi angustia en el seno de tu gracia.
Eres insustituible. Por eso está condenada
a la soledad la vida que me diste.
Y no quiero estar solo. Tengo un hambre infinita
de amor, del amor de cuerpos sin alma.
Porque el alma está en ti, eres tú, pero tú
eres mi madre y tu amor es mi esclavitud:
esclava fue mi infancia de este sentimiento,
alto, irremediable, inmenso el compromiso.
Era la única manera de sentir la vida,
el único color, la única forma. Ahora se acabó.
Sobrevivimos. No es más que la confusión
De una vida recreada al margen de la razón.
Te lo suplico, ay, te lo suplico, no pretendas morir.
Estoy aquí, solo, contigo, en un futuro abril.

Teorema (1968)

En cuanto a mis obras futuras,
verás a un joven llegar un día
a una hermosa casa donde un padre, una madre, un hijo y una hija
viven ricamente, en un estado que no conoce la crítica,
como si fuera un todo, la vida pura y simple;
hay también una sirvienta (originaria de regiones subproletarias);
viene, ese joven, bello, como un americano,
y, súbitamente, la sirvienta, la primera, cae enamorada de él,
y se levanta las faldas. Él le da la dulce,
pesada cólera de su miembro. Luego el hijo
se enamora de él: duermen juntos, en la misma habitación
del chico, con los restos de la infancia; y también al hijo
él le da su miembro de seda, más adulto y potente;
y el mismo don, condescendiente y generoso,
porque él es el que da, le hará a la madre,
que adoró sus ropas, los pantalones, la remera,
el slip, dejados en un bungalow
un día caluroso de verano, sobre el mar Tirreno;
y aún el mismo don le hará al padre, transformándose
en padre del padre –porque él, con ambigua dulzura materna,
es, por nombre, padreal
padre que se despertó al alba
con un dolor de estómago que lo parte en dos,
y que descubre, alzándose para ir al baño,
la belleza muda de las cuatro de la mañana
con el fulgor del sol...y que descubrirá su amor
con la misma maravilla con que descubrió aquel sol:
un amor como el de Ivan Ilich por su sirviente
campesino y joven;
pero consciente y dramático
porque él, el viejo industrial con la cara
de Orson Welles, es un pequeño burgués,
que dramatiza todo.
El mismo don de su miembro, durante las horas
de la enfermedad del padre –y antes que al padreél
le hará a la hija de catorce años, enamorada
de su padre, y que descubre, al joven todo amor,
a través de los ojos enamorados, justamente, del padre.
Después el joven se va:
la ruta al fondo de la que desaparece
permanecerá desierta para siempre.
Y cada uno, en la espera, en el recuerdo,
como apóstol de un Cristo no crucificado pero perdido,
tiene su destino. Es un teorema:
y cada destino es un corolario.

¡Oh, yo jovencito! (1)

¡Oh, yo, jovencito. Nazco
en el olor que la lluvia
suspira desde los prados
de hierba viva... Nazco
en el espejo de los charcos.
En ese espejo Casarsa
-como los prados de rocío tiembla
de tiempo antiguo.
Allá abajo vivo de piedad
lejano muchachito pecador,
con una risa desconsolada.
¡Oh, yo jovencito!, serena
la tarde tiñe de sombra
los viejos muros, en el cielo
la luz enceguece.

¡Oh, yo jovencito! (2)

Yo quería ser mi madre
que me amaba, pero
no quería amarme a mí mismo.
Y entonces fingía ser
un joven pobre.
No podía convencerme
de que también en un burgués
hubiera algo para amar:
aquello que amaba mi madre
en mí, puro y despreciado.
Nada ha cambiado
me veo todavía pobre
y joven, y amo sólo a aquellos
como yo. Los burgueses
tienen un cuerpo maldito.

1 comentario:

  1. Aunque no lo creas recien me estoy poniendo al día con la técnologia y aprovecho para agradecerte tus bellas palabras sobre mi poesía y agradecer además como nos ilustras sobre lo que te conmueve y gusta, mostrándonos creadores de todas las latitudes y epócas. Eso habla de tu inmensa generosidad, poco usual en el medio. Por algo eres amigo de Bernardo,gran poeta.
    Ahora que la poesía chilena esta de duelo , nos sobran razones para seguir escribiendo.
    Un abrazo curicano.

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