domingo, 27 de marzo de 2011

“Grados de referencia”, de Juan Mihovilovich. LOM, Santiago de Chile, 2011.


“Grados de referencia”, o la moral decadente de Juan Mihovilovich. LOM, Santiago de Chile, 2011.

"Los seres humanos se dividen en dos tipos de personas: los decentes y los indecentes" (Victor Frankl).

Hasta el momento era grato leer a Juan Mihovilovich (Punta Arenas, 1951) y su exploración del mundo interior del ser humano con cuentos y novelas de corte sicológico bien logrados, bien ambientados y coherentes con un autor que asumíamos consecuente y leal con los principios elementales de un escritor que se precia de tal. Me refiero especialmente a Desencierro, la cual considero una gran novela, a pesar de que algunos poetas la encuentran sobrecargada de preguntas e interrogantes sonsas que aparentan una cierta lucidez y que sin embargo apenas son simples cuestionamientos existenciales culposos que se responden solos, y que se los haría cualquier infante en una catequesis pueblerina, linarense o cureptana, de primera comunión. “Sabiduría del que no sabe nada”, diría Neruda. Redundancias, situaciones intelectualizadas epidérmicamente sin la más mínima carga semántica, salvo referencias generales a lugares comunes que encandilan a los incautos, mas no esclarece nada a los lectores atentos y avispados duchos en Saramago o Bolaño, por decir algo.

Pero al leer por cuarta vez Grados de referencia creo no equivocarme al señalar que me siento profundamente decepcionado por el inesperado e inoportuno giro que ha dado este “consagrado” autor a su trabajo y estilo literario. Lentamente empiezo a salir de mi admiración por este escritor al que sólo ahora capto con mayor claridad. Así vistas las cosas, con perspectiva histórica, se me revela de golpe y porrazo - al leer esta debilísima novela, insisto - demasiado hábil, perversamente hablando, casi maquiavélico, en desprestigiar a personas e instituciones con infamantes comentarios sentenciosos, fugaces, caprichosos, con un petulante aire de cinismo e ironía propio de los aspirantes a un cargo, a ese ansiado puesto público asignado por un indecoroso cuoteo político del cual nuestro autor hizo gala en los primeros gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. En el país de ciegos el tuerto es rey. ¿Estoy equivocado?

Quisiera explicar y buscar las razones de este intempestivo cambio en su estilo narrativo. Pasa abruptamente de la novela psicologista de corte kafkiano, dostoyeskiano, en la cual nos sentíamos en presencia de una prosa, aunque a veces ambiciosa y pedante, sin duda bien lograda, pasa, decíamos, a una vulgar crónica social de denuncia y condena a los modos de hacer política de sus ex compañeros de luchas concertacionistas. Deslealtad, dirán algunos. Oportunismo, ubicuidad, sea lo que fuere, debemos reconocer que Mihovilovich sabe ser astuto y sagaz. De una ambigua militancia mirista salta abruptamente a la Izquierda Cristiana para así obtener la confianza de monseñor Camus quien, antes que cante un gallo, lo designa abogado - título obtenido en Ecuador, por si acaso - de los derechos humanos en la diócesis de Linares. Pero la ambición aumenta y de la noche a la mañana nuestro autor, hijo de carabinero, se hace militante del Partido Socialista para así tener opción a una seremía de Justicia o a una dirección nacional de rehabilitación penitenciaria, cargos por los que vegeta sin pena ni gloria. Luego opta a un consulado en Uruguay o una república bananera, de cuyo nombre no quiero acordarme, donde pueda desplegar su talento y oficio literatoso sin tanta obligaciones laborales; pero sabida era ya en toda la ancha provincia su condición de perezoso empedernido por lo cual no es aceptado más en cargo alguno. Al otro día renuncia al PS y a la Concertación y asume como juez de letras y familia en Curepto. Qué tal, ah? Trayectoria digna del más zorro de los camaleones políticos de cualquier república monoproductora. Chúpense esa.

Bueno. Volvamos al punto de encuentro. En esta mediocre novela en comento, “Grados de referencia”, se nos presenta el autor magallánico empecinado, en un gesto de despecho y amurramiento perpetuo, describiendo como novelista decimonónico un largo desfile de autoridades civiles, militares y eclesiásticos, amén de sus aventurillas pseudo eróticas con furtivas amantes irreflexivas y casquivanas, torturadores, espías, delatores, antiguos camaradas y compañeros de ruta, todos metidos olímpicamente en el mismo saco los cuales van quedando literalmente como chalecos de mono. Les cuestiona a tales personajes casi sin rostros, indefinibles, ambiguos, lo que hicieron y lo que no hicieron: sus creencias en una supuesta fe de “carboneros”, la militancia ingenua en partidos nominales con cero peso específico en el escenario de los perros grandes; cuestiona al Partido Comunista, a diáconos, obispos, maestros de la logia masónica, al poder judicial, a Gendarmería, etc., etc., etc., todo lo que se le ponga por delante pasa por su molinillo neurálgico en una catarsis ansiosa y descontrolada apelando a una supuesta moral superior, a un revelador espíritu que lo ilumina como preclaro y lúcido salvador de la humanidad; mensajes todos comunicados - me consta por propia confesión - por cuerpos celestes venidos del más allá. Por favor, ¿quién puede creer en semejantes sandeces, salvo las inocentes víctimas de su verborraea charlatana o los editores que compra con su sueldo de ganapán, o críticos que se dejan seducir por su pose de monje mesiánico? Por la senda del oportunismo bajo y ordinario cruza blandiendo su espada de fuego hasta llegar a las puertas del Paraíso y allí, como el perro del hortelano, no deja entrar ni salir a nadie.

Novela prescindible, innecesaria, bodrio baladí, que sin duda alabarán los arrepentidos de la Concertación que ven aquí una linda oportunidad para blanquear la imagen o salvar el pellejo a como de lugar. Total, el fin justifica los medios.

Bernardo González Koppmann
Talca, 25 febrero 2011.

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