viernes, 21 de enero de 2011

Presentación del libro "Cuando los árboles se olvidan del otoño" por Bernardo González K.



POESÍA DEL NUDO DESATADO


“Ahora los pinos han dejado de rezar
 y entonan solemnes cantos gregorianos”
                                 Sergio Hernández


Me ha sorprendido gratamente el poemario “Cuando los árboles se olvidan del otoño” de Ivo Maldonado (Talcahuano, 1978), por dos o tres consideraciones que quisiera compartir con usted, amable lector, que aún se da tiempo para leer poesía en este mundo hostil e impersonalizado donde todos o casi todos andan preocupados de su sobrevivencia, por lo demás efímera, que interesados en buscar respuestas estéticas a los cuestionamientos existenciales.

Conocía de Ivo Maldonado tres trabajos previos - “Anamorfosis” (2000), “Pequeña antología de la nada” (2003) y “Tributo a las cenizas”, inédito -, donde nos desplegaba un lenguaje poético exploratorio, aunque todavía crudo diría yo, con fuerte influencias de sus maestros Sergio Hernández y Gonzalo Rojas, de los cuales fue alumno en sendos talleres literarios. Palabra directa, descarnada, atrevida, con una cierta tendencia al decir parriano, coloquial; referente de una oralidad urbana juvenil que no tropieza ni menos cae en la petulancia academicista culterana tan en boga en los poetas penquistas del año 0. Maldonado emergía con textos que olían a puerto, a barrio, a intemperie, a musgo adosado a brumosos horizontes, con un temple no tan festivo ni desacralizador como en el caso de nuestro antipoeta, sino más bien denotando el tránsito de un hablante desencantado cuando no sufriente, por las veredas húmedas de una ciudad universitaria.

Muchas lecturas han pasado bajo los puentes del Bío Bío; un caudal de textos que han fluido desde territorio pewenche hasta sedimentarse sobre fallas en movimiento del fondo marino. A saber, Maldonado me ha confesado que los autores de sus afectos en este período de intensa búsqueda y, por ventura, de hallazgos esenciales para su formación literaria son Charles Tomlinson, Wallece Stevens, Jorge Eduardo Eielson, Pier Paolo Pasolini, Lucian Blaga, Lawrence Ferlinghetti, Sthefen Spender, Sam Shepard, Aimé Cesairé, Hart Crane, Jaraslov Seifert, Raymond Carver y uno que otro poeta chino de hechuras ligeramente milenarias.

Así, Ivo Maldonado se nos presenta ahora con un libro distinto entre sus manos, donde despliega con desplante y dominio cierta madurez humana y poética tan ausente en las últimas promociones de escribidores que emergieron como callampas después del diluvio; rara condición ésa de mantenerse sereno en medio del vendaval; cuesta encontrar un poeta calibrado, macerado, abismal a los 30 años en el Chile actual entre tanto muchacho y damisela extraviados en pirotecnias verborrísticas cuando no en pedanterías cursis y amaneradas. Emerge un poeta más sobrio, más sincero, más humano del pozo del dolor; decantamiento natural que otorga la soledad y el silencio, imprescindibles para encontrar una voz, un lenguaje y una escritura con acento personal propio e intransferible. Todos alguna vez hemos perdido los estribos en los andurriales de la poesía, es parte de nuestro terco aprendizaje; por eso alegra sobremanera que Maldonado encuentre la huella perdida entre los pastizales de la marginalia y retorne del abismo con la mochila repleta de imágenes y textos inusuales por estos contornos abotagados de cánones y culteranismos, necesarios, pero absolutamente prescindibles para un espíritu rebelde, original y propositivo como en el caso de un poeta que se precia de tal. Enhorabuena.

Hablemos ahora del libro en cuestión.

“Cuando los árboles se olvidad del otoño” es un largo e intenso poema que expresa el júbilo del vuelo por un paraje atisbado en sueños. Nos situamos ante un subconsciente atado por un nudo ciego que apretaba y hería su humanidad con encono, ahogándolo, prisionero de los modos y usos de una modernidad aplastante y sádica… Y ahora, después de una larga noche triste, agita sus alas y emprende una travesía que lo libera y redime como poeta, pero fundamentalmente como ser humano. Ivo ya lo había vaticinado en una entrevista realizada por Gonzalo Bizama, dejando entonces fehacientemente establecido su proyecto poético: “Uno ve lo que escribe y lo que imagina, uno escribe lo que le obsesiona y se le priva. Uno escribe de todo un poco pero es inevitable sentirse ajeno al espejo que está enfrente a uno. A lo mejor la salvación está en escribir la tristeza, la desesperanza, el amor y el odio para poder limpiarse de todo aquello. Para mí escribir es una manera de purificarse aunque no sea leído por nadie; el hecho está por sobre la circunstancia… Un poeta no es un escritor de poemas”. Notable lo que se ha propuesto y ha logrado este joven poeta.

Antonio Crespo, poeta español, ha captado con meridiana claridad los principales aciertos de esta obra. Dice en una reciente carta enviada al autor: “Me parece un gran poemario. Con una fuerte unidad reforzada por la disposición gráfica, el espacio que ocupan los poemas en la página, las citas en cursiva... Un conjunto de poemas que va atrapando al lector, que va cayendo, sumergiéndose en una lectura que envuelve y obliga a avanzar; (no es fácil detenerse; el carácter unitario del texto, la estructura tan trabada, te empuja). Según he ido avanzando en su lectura creo que el libro va ganando en intensidad... O puede que el lector penetre mejor en la densidad de la escritura”.

¿Captaremos las resonancias telúricas y metafísicas que deja latiendo la voz del poeta después de leer “Cuando los árboles se olvidan del otoño”? Esa es mi inquietud. ¿O seguiremos perdidos en la sosería extraliteraria, dando palos al aire de pura rabia e intolerancia por no aceptar que alguien - a quien creíamos definitivamente aniquilado - haya podido percibir y tatuar en nuestro imaginario colectivo una poesía con tal intensidad y talento? Sigo pensado, ahora más que nunca, que la hermosura es la tabla de salvación en el naufragio.

Elegido al azar, como una cata ínfima de lo que se viene en las próximas páginas, les adelanto este fragmento:

Aquí estoy otra vez entonando
la misma canción de siempre
No necesitamos nada para ser felices
eso lo saben bien los ciegos
que resbalan por las avenidas
Ellos persiguen una luna oscura
que fue abandonada entre las piedras
Los niños son los primeros en saberlo
los niños y sus amigos imaginarios
No necesitamos nada y eso es bastante
como una noche reventando en el silencio

De tanta piel... perdí los ojos

Antes de dejarlos frente a frente con este rutilante poemario, como quien abre un cofre encontrado en las espesuras de un bosque en penumbra, quisiera desearle al poeta Ivo Maldonado buen viento, buen viaje y buena caza. Estaremos atentos a su peregrinar por los universos íntimos de la palabra; a ver, a ver si en una de ésas entusiasmados por los fulgores de su numen nos animamos y también emprendemos vuelo.

Bernardo González Koppmann
Premio Nacional "Stella Corvalán" 2004.
Valle del Venado, Región del Maule, Chile, enero de 2011.

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