sábado, 26 de febrero de 2011

Gonzalo Rojas (Lebu, 1917) "El hijo del Relámpago"



Lo cierto es que la poesía encarna en uno
como por azar
y nada valen los espejismos.
G.R.


LA POESÍA ES MI LENGUA

Abro mis labios, y deposito en la atmósfera un torrente de sol,
como un suicida que pone su semilla
en el aire cuando hace estallar sus sesos en el resplandor del laberinto.

Ya sé que el sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno proceso
de rotación y traslación llamado falsamente Poesía.
A veces, como hoy, esta aparente confusión me hace reír a carcajadas.
Este torbellino de palabras volcánicas como una erupción,
que son una amenaza para los sacerdotes del soneto y el número.

Pero es un sol innumerable lo que me sale por la boca,
como un vómito de encendido carbón qué me abrasara las ideas y las vísceras.

Estoy perdido para el mundo,
aunque mi reino sean todos los mundos posibles,
porque yo soy el testigo de mi propia creación.
Mi creación es mi pasión. Por eso hago soplar los vientos
para que den testimonio de mis llamas.

Yo estoy en el medio de las pasiones que imitan la ululación de mi cólera,
porque de los apasionados es mi reino.
Cada lágrima derramada con pasión es un grano de arena robado al desierto del vacío.
Cada beso es una llama para el resplandor de los muertos.

Que el tiempo de los encantos es un baile de máscaras,
y nada vale rehuir su hechizo.
Las personas son máscaras; y las acciones juegos de enmascarados.
Los deseos, contribuyen al desarrollo normal de la farsa.
Los hombres denominan toda esta multiplicidad de seres y fenómenos,
y consumen el tesoro de sus días disfrazándose de muertos.

Yo vi el principio de esta especie de reptil y de nube.
Se reunían por la noche en las cavernas.
Dormían juntos para reproducirse.
Todos estaban solos con sus cuerpos desnudos.
En sus sueños volaban como todos los niños,
pero estaban seguros de su vuelo.

He nacido para conducirlos por el paso terrestre.
Soy la luz orgullosa del hombre encadenado.
Soy el torrente que echa a volar la moda y la costumbre,
y me encarno en los hombres de mil naturalezas
porque gusto mostrarme como un monstruo,
para que el hombre entienda cuándo soplan mis vientos.

Yo canto por la lengua de los arrebatados,
los que me identifican con su sangre y su rostro.

Todo hombre vuelve a mí cuando sube a buscar
el origen de su soledad que tanto lo alucina.
Cuando niños, los hombres me dan su corazón.
Después empiezan a podrirse,
y pierden el contacto con su animal sagrado.

El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.
El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,
se está muriendo.
El hombre que soñaba
la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.

Todo, y todo,
y todo
se está muriendo de sí mismo.

Pero yo soy el viento que sopla sobre el mar del tormento y del gozo.
El que arranca a los moribundos su más bella palabra.
El que ilumina la respiración de los vivientes.
El que aviva el fuego fragmentario de los pasajeros sonámbulos.

Yo soy el viento de su origen
que sopla donde quiere.

Mis alas invisibles
están grabadas en su esqueleto.
En este instante,
todos los hombres están oyendo mi golpe y mi palabra,
pero los dejo en libertad.

SEBASTIÁN ACEVEDO

Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.

Sólo veo ahí llamear a Acevedo
por nosotros con decisión de varón, estricto
y justiciero, pino y
adobe, alumbrando el vuelo
de los desaparecidos a todo lo
aullante de la costa: sólo veo al inmolado.

Sólo veo la bandera alba de su camisa
arder hasta enrojecer las cuatro puntas
de la plaza, sólo a los tilos por
su ánima veo llorar un
nitrógeno áspero pidiendo a gritos al
cielo el rehallazgo de un toqui
que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.

Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar
al muerto: curandero
de nuestras heridas desde Arauco
a hoy, casi inmóvil en
su letargo ronco y
sagrado como el rehue* acarrear
las mutaciones del remolino
de arena y sangre con cadáveres al
fondo, vaticinar
la resurrección: sólo veo al inmolado.

Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o sosa
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despúntela, desmiéntanla
por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.-

EL ALUMBRADO

Acostumbra el hombre hablar con su cuerpo, ojear
su ojo, orejear diamantino
su oreja, naricear
cartílago adentro el plazo de su
aire, y así ojeando orejeando la
no persona que anda en el crecimiento
de sus días últimos, acostumbra
callar.

A la cerrazón sigue el diálogo con las abejas
para espantar la vejez; las convoca,
las inventa si no están, les dice palabras que no figuran,
las desafía a ser ocio;
ocio para ser, insiste convincente. Las otras
lo miran.

Después viene el párrafo de airear el sepulcro y
recurre a la experiencia limítrofe del cajón. Se mete en el cajón,
cierra bien la tapa de vidrio.
Sueña que tiene 23 y va entrando en la rueda de las encarnaciones.
¿Por qué 23? La aguja de imantar no dice el número.
Sueña que es cuarzo, de un lila casi transparente.

Lo cierto es que llueve. Pensamiento o
liturgia, lo cierto es que llueve. Gaviotas
milenarias de agua amniótica
es lo que llueve. Sale entonces la oreja
de adentro de su oreja, la nariz
de su nariz, el ojo
de su ojo: sale el hombre de su hombre.
Se oye uno en él hablar.

A QUIEN VELA, TODO SE LE REVELA

Bello es dormir al, lado de una mujer hermosa,
después de haberla conocido
hasta la saciedad. Bello es correr desnudo
tras ella, por el césped
de los sueños eróticos.

Pero es mejor velar, no sucumbir
a la hipnosis, gustar la lucha de las fieras
detrás de la maleza, con la oreja pegada
a la espalda olorosa,
a mano como víbora en los pechos
de la durmiente, oírla
respirar, olvidada de su cuerpo desnudo.

Después, llamar a su alma
y arrancarla un segundo de su rostro,
y tener la visión de lo que ha sido
mucho antes de dormir junto a mi sangre,
cuando erraba en el éter;
como un día de lluvia.

Y, aún más, decirle: "Ven,
sal de tu cuerpo. Vámonos de fuga.
Te llevaré en mis hombros, si me dices
que, después de gozarte y conocerte,
todavía eres tú, o eres la nada",

Bello es oír su voz: -"Soy una parte
de ti, pero no soy
sino la emanación de tu locura,
la estrella del placer, nada más que el fulgor
de tu cuerpo en el mundo".

Todo es cosa de hundirse,
de caer hacia el fondo, como un árbol
parado en sus raíces, que cae, y nunca cesa
de caer hacia el fondo.

AL SILENCIO

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: ¿amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.

A UNAS MUCHACHAS QUE HACEN ESO EN LO OSCURO

Bésense en la boca, lésbicas
baudelerianas, árdanse, aliméntense
o no por el tacto rubio de los pelos, largo
a largo el hueso gozoso, vívanse
la una a la otra en la sábana
perversa,
y
áureas y serpientes ríanse
del vicio en el
encantamiento flexible, total
está lloviendo peste por todas partes de una costa
a otra de la Especie, torrencial
el semen ciego en su granizo mortuorio
del Este lúgubre
al Oeste, a juzgar
por el sonido y la furia del
espectáculo.
Así,
equívocas doncellas, húndanse, acéitense
locas de alto a bajo, jueguen
a eso, ábranse al abismo, ciérrense
como dos grandes orquídeas, diástole y sístole
de un mismo espejo.
De ustedes
se dirá que amaron la trizadura.
Nadie va a hablar de belleza.

DAIMON DEL DOMINGON

Entre la Biblia de Jerusalén y estas moscas que ahora andan ahí volando,
prefiero estas moscas. Por 3 razones las prefiero:

1) porque son pútridas y blancas con los ojos azules y lo procrean todo en el aire como riendo,
2) por
eso velocísimo de su circunstancia que ya lo sabe todo desde mucho antes del Génesis,
3) por
además leer el Mundo como hay que leerlo: de la putrefacción a la ilusión.

RIMBAUD

No tenemos talento, es que
no tenemos talento, lo que nos pasa
es que no tenemos talento, a lo sumo
oímos voces, eso es lo que oímos: un
centelleo, un parpadeo, y ahí mismo voces. Teresa
oyó voces, el loco
que vi ayer en el Metro oyó voces.

¿Cuál Metro si aquí no hay Metro? Nunca
hubo aquí Metro, lo que hubo
fueron al galope caballos
si es que eso, si es que en este cuarto
de tres por tres hubo alguna vez caballos
en el espejo.

Pero somos precoces, eso sí que somos, muy
precoces, más
que Rimbaud a nuestra edad; ¿más?,
¿todavía más que ese hijo de madre que
lo perdió todo en la apuesta? Viniera y
nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos diera en el hocico.

REQUIEM DE LA MARIPOSA

Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada y sagrada de su pétalos
que iban volando libres, y esto es decirlo todo, cuando
sopló la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.

Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...

O no la guarde nadie. O no nos guarde
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.

RETRATO DE MUJER

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara,
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo,
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo.

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire
para decirte nada, como dice el vacío: nada, nada,
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca,
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo.

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre,
y quémame en el último cigarrillo del miedo
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima
de la que llora y llora en la tormenta.

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible,
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente,
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu.

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma,
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo
de la noche, y me besas lo mismo que una ola.
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura.

TACTO Y ERROR

Por mucho que la mano se me llene de ti
para escribirte, para acariciarte
como cuando te quise
arrancar esos pechos que fueron mi obsesión en la terraza
donde no había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu corazón y tu hermosura,
y con tu sangre adentro que te salía blanca,
reseca, por el polvo del deseo,

oh, por mucho que tú hayas sido mi perdición
hasta volverme lengua de tu boca,
ya todo es imposible.
Hubo una vez
un hombre, una vez hubo
una mujer vestida con la U de tu cuerpo
que palpitaba adentro de todas mis palabras,
los vellos, los destellos;
de lo que hubo aquello
no quedas sino tú sin labios y sin ojos,
para mí ya no quedas sino como la forma
de una cama que vuela por el mundo.

AL SILENCIO

Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebú en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.
-Pasa, no estés ahí
mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.

LATÍN Y JAZZ

Leo en un mismo aire a mi Catulo y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.

Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tánatos!
Las pudibundas

Mujeres de 50 a 60 hablando en un rincón de austeridad
frenéticas contra el falo, ¡a las horas!,
cuando ya se ha ardido mucho y se ha tostado
el encanto, hirondelas, y lo frustrado
se ha vuelto arruga. Trampa,
no todo será lujuria pero qué portento
es la lujuria con su olor a
lujuria, con su fulgor
a mujer y hombre nadando
en la inmensidad de esos dos metros
crujientes con
sábanas, o sin, en un solo beso
que es pura imantación mientras afuera la Tierra dicen que gira
y ellos allí libres. Gloriosos
y gozosos, embellecidos por los excesos. Que hablen
lo que quieran de gravedad menesterosa
esas pudibundas. Ay, cuerpo, quién
fuera eternamente cuerpo.

MUCHACHAS

Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas,
gustándolas, palpándolas, oyéndolas llorar,
reír, dormir, vivir;
fealdad y belleza devorándose, azote
del planeta, una ráfaga
de arcángel y de hiena
que nos alumbra y enamora,
y nos trastorna al mediodía, al golpe
de un íntimo y riente chorro ardiente.

OSCURIDAD HERMOSA

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.

Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.

Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.

PERDÍ MI JUVENTUD EN LOS BURDELES

Perdí mi juventud en los burdeles
pero no te he perdido
ni un instante, mi bestia,
máquina del placer, mi pobre novia
reventada en el baile.
Me acostaba contigo,
mordía tus pezones furibundo,
me ahogaba en tu perfume cada noche,
y al alba te miraba
dormida en la marea de la alcoba,
dura como una roca en la tormenta.
Pasábamos por ti como las olas
todos los que te amábamos. Dormíamos
con tu cuerpo sagrado.
Salíamos de ti paridos nuevamente
por el placer, al mundo.
Perdí mi juventud en los burdeles,
pero daría mi alma
por besarte a la luz de los espejos
de aquel salón, sepulcro de la carne,
el cigarro y el vino.
Allí, bella entre todas,
reinabas para mí sobre las nubes
de la miseria.
A torrentes tus ojos despedían
rayos verdes y azules. A torrentes
tu corazón salía hasta tus labios,
latía largamente por tu cuerpo,
por tus piernas hermosas
y goteaba en el pozo de tu boca profunda.
Después de la taberna,
a tientas por la escala,
maldiciendo la luz del nuevo día,
demonio a los veinte años,
entré al salón esa mañana negra.
Y se me heló la sangre al verte muda,
rodeada por las otras,
mudos los instrumentos y las sillas,
y la alfombra de felpa, y los espejos
copiaban en vano tu hermosura.
Un coro de rameras te velaba
de rodillas, oh hermosa
llama de mi placer, y hasta diez velas
honraban con su llanto el sacrificio,
y allí donde bailaste
desnuda para mí, todo era olor
a muerte.
No he podido saciarme nunca en nadie,
porque yo iba subiendo, devorado
por el deseo oscuro de tu cuerpo
cuando te hallé acostada boca arriba,
y me dejaste frío en lo caliente,
y te perdí, y no pude
nacer de ti otra vez, y ya no pude
sino bajar terriblemente solo
a buscar mi cabeza por el mundo.

QEDESHIM QEDESHOTH*

Mala suerte acostarse con fenicias, yo me acosté
con una en Cádiz belísima
y no supe de mi horóscopo hasta
mucho después cuando el Mediterráneo me empezó a exigir
más y más oleaje; remando
hacia atrás llegué casi exhausto a la
duodécima centuria: todo era blanco, las aves,
el océano, el amanecer era blanco.

Pertenezco al Templo, me dijo: soy Templo. No hay
puta, pensé, que no diga palabras
del tamaño de esa complacencia. 50 dólares
por ir al otro Mundo, le contesté riendo; o nada.
50, o nada. Lloró
convulsa contra el espejo, pintó
encima con rouge y lágrimas un pez: -Pez,
acuérdate del pez.

Dijo alumbrándome con sus grandes ojos líquidos de
turquesa, y ahí mismo empezó a bailar en la alfombra el
rito completo; primero puso en el aire un disco de Babilonia y
le dio cuerda al catre, apagó las velas: el catre
sin duda era un gramófono milenario
por el esplendor de la música; palomas, de
repente aparecieron palomas.

Todo eso por cierto en la desnudez más desnuda con
su pelo rojizo y esos zapatos verdes, altos, que la
esculpían marmórea y sacra como
cuando la rifaron en Tiro entre las otras lobas
del puerto, o en Cartago
donde fue bailarina con derecho a sábana a los
quince; todo eso.

Pero ahora, ay, hablando en prosa se
entenderá que tanto
espectáculo angélico hizo de golpe crisis en mi
espinazo, y lascivo y
seminal la violé en su éxtasis como
si eso no fuera un templo sino un prostíbulo, la
besé áspero, la
lastimé y ella igual me
besó en un exceso de pétalos, nos
manchamos gozosos, ardimos a grandes llamaradas
Cádiz adentro en la noche ronca en un
aceite de hombre y de mujer que no está escrito
en alfabeto púnico alguno, si la imaginación de la
imaginación me alcanza.

Qedeshím qedeshóth*, personaja, teóloga
loca, bronce, aullido
de bronce, ni Agustín
de Hipona que también fue liviano y
pecador en Africa hubiera
hurtado por una noche el cuerpo a la
diáfana fenicia. Yo
pecador me confieso a Dios.
* En fenicio: cortesana del templo

ASMA ES AMOR

A Hilda, mi centaura.

Más que por la A de amor estoy por la A
de asma, y me ahogo
de tu no aire, ábreme
alta mía única anclada ahí, no es bueno
el avión de palo en el que yaces con
vidrio y todo en esas tablas precipicias, adentro
de las que ya no estás, tu esbeltez
ya no está, tus grandes
pies hermosos, tu espinazo
de yegua de Faraón, y es tan difícil
este resuello, tú
me entiendes: asma
es amor.

viernes, 18 de febrero de 2011

Antonio Rioseco Aragón; Los Ángeles (1980)


La derrota del paisaje

Sobrevolando los Andes
se ve la frontera
trazada sobre las rocas
y, hacia el Pacífico,
el recuerdo de un país
distinto a éste.

La consistencia del viento

Desde la taberna alguien contempla
el plumaje blanco de los cisnes
esperando que el tráfico se detenga
para cruzar al espacio que percibe.

Pero se seca oyendo la radio
y la luz no pretende cambiar.

El temblor de las aves se abre
y dispersa la alegría con el vuelo
al abandonar los humedales.

Él los sigue con la vista hasta perderlos.
Vuelve su cabeza y se resigna.
Pide una cerveza.
Será hasta el otro año.

Ya mengua el sitio donde estás

                Las verdaderas canciones de amor  debiesen ser incomprensibles

Herí la fantasía
de caminar entre las piedras
pues no quise compartir el peligro contigo.
Tenía que decírtelo, que los automóviles
pasan muy cerca de la arena y que
ya quisiera regresar.

No todas fueron como tú
pero a veces -es cierto-
me confundes con tu idea de ir al cielo.

Es la brisa del último día de marzo
es el calor de lo poco que nos queda.

Galería desierta

I

En cierto modo
los cuadros que hemos visto
asumen la rigidez del muro
donde yacen clavados.
Pero hay uno que cuelga,
no sé de dónde,
pero cuelga.
No es de la pared sucia
pues no existe tal pared.

El viento se cuela y molesta,
y si en algún momento poco feliz
retiramos lo que queda,
las cosas irán perdiendo coherencia
y se hará más insistente ese viento.

II

En las galerías despobladas
es difícil distinguir
el humo de los cigarrillos
pues nadie los enciende.
Los países van quedando vacíos
y los edificios quisieran huir
a las ciudades que les prometieron.
Pero yo he soñado
que se volverán transparentes
por el solo paso del tiempo.

III

El desierto forma parte
de las construcciones,
se hunde entremedio de los muros.
Y aunque los perros crean adelantarse al temblor,
ladrarán cuando todo esté
en el suelo, cuando hasta nosotros
seamos algo similar a esa arena
que se mueve con el viento
por la ladera erosionada.

Realidad secreta

Dijeron
que hasta tres
pero no todos
sabíamos contar.
Desaparecimos
de la fotografía
y nuestros fragmentos
se hicieron
parte del paisaje.

Pero de los muros
descascarados
se desprendieron la cal
y los sollozos ocultos:

como que a
Herminda
la golpeaban
o que a María
le escupían el cabello.

Cuando
pasan por acá
me doy cuenta
de que no han muerto
y que yo tampoco he muerto.

Y reímos
con la tarde atrapada
en la botella
sabiendo
que olvidaremos
por un rato
nuestra incapacidad
de ser felices.

Esta mañana (alt. take 2)

Esta mañana ha despejado y el sol golpetea la ventana, como el amigo que lanza piedrecillas para anunciar una visita a deshoras. El techo alto y las paredes de madera le dan la acústica precisa a Coltrane, que sigue tocando mientras el ángulo de la luz abandona tu almohada; nada invita a levantarte.
La resaca es leve. Con los años has aprendido a manejarla, pues sabes que tienes que beber a diario sin perder el empleo. Pero hoy es domingo, ha despejado en la bahía y John y los muchachos se quedarán a almorzar.
A veces, en días como estos, alcanzas a sentir como si estuvieras fuera del tiempo, cuando la música suena y miras desde la ventana algún falucho extraviado alejarse del muelle.
Con los primeros compases de “Afro-Blue” aparecen también algunos recuerdos, pequeños coros de una pérdida mayor, en una canción que se improvisa también en la memoria. Pero ha despejado y no hay excusas para que el mal tiempo te derribe. Todavía el mar no destruye su propia orilla.

Mi madre

Una mujer que tuvo cinco hijos
no tiene nada que temer
y aunque se veía pequeña
entrando al control de la policía civil
supo volar hasta Francia y volver
para contar no muchas cosas
porque cuando se vuelve de Europa
sólo basta decir que había mal olor
y con lo que se paga por un cigarrillo
vale la pena dejar de fumar.

Lejos del Sena

a la memoria de Paul Celan

No veo mi reflejo desde el puente Mirabeau.
La primavera es débil
a veces un hombre no se entera
de que es mojado por la lluvia
o tal vez no haya nadie que lo note.

Existen imágenes
que parecen esculpidas en el tiempo
superficies donde emplear rigurosamente el tacto
antes que se dicte sentencia
y las palabras heridas
sepulten el testimonio.

Previo a esto sería perceptible el reflejo
y, con ello, la posibilidad de acercarse
al umbral de la poca decencia
que nos va quedando.
Hasta que el río, finalmente,
se convierta en nuestro abrevadero.

Apuntes de viaje

Dimos la vuelta al día
juntando dos amaneceres
embriagados
con la garganta rota
asiéndonos de la brisa
en un último reclamo.

El viaje tenía lugar
en otro contexto
a la sombra mezquina
de alguna señal en el camino.

Divisamos el telón
abriéndose en un paraje seco,
mientras caravanas enfermas
seguían la pista de un hombre milagroso.

Para nosotros
todo parecía distinto.

Final

Suena hostil pero quisiera
un desplome de aeroplanos
sobre las casas vecinas.

Y que me alcance el desierto
en mi propio cuarto.

Que no tenga que partir a otro planeta.

lunes, 14 de febrero de 2011

Pier Paolo Pasolini, "La rabia y la lava"



Poeta, novelista, cineasta, dramaturgo y ensayista italiano nacido en Bolonia en 1922.
Hijo de un militar fascista y una madre profundamente católica, sus ideas siempre fueron de izquierda, llegando incluso a unirse por algún tiempo al partido comunista. A los diecisiete años se matriculó en la Universidad de Bolonia para estudiar Filosofía y Letras, y cinco años después publicó el primer libro de poemas.Una etapa muy importante de su producción literaria se produjo entre 1954 y 1966 cuando publicó "Las cenizas de Gramsci""El ruiseñor de la Iglesia católica", "Poesía en forma de rosa",  y los ensayos "Pasión e ideología", y "La religión de mi tiempo". Fue además un gran guionista y director de cine. Sus escritos sobre crítica social alcanzaron gran brillo con uno de sus últimos trabajos, "Cartas luteranas", en las que analizó la situación decadente de la sociedad italiana.
Fue asesinado el 2 de noviembre de 1975 en la ciudad de Roma.



Madre de familia burguesa

En mi familia, pues, todos vivimos
la existencia tal como debe ser;
las ideas con que nos juzgamos a nosotros mismos
y a los demás, los valores y los acontecimientos,
son, como suele decirse, un patrimonio común
a todo nuestro mundo social.
Yo en este sentido era peor que todos.
Es difícil decir como he vivido;
como, para vivir, me bastaba la naturalidad del vivir;
ocuparme de la casa, de mis afectos,
como si hubiera sido una campesina en su cubil familiar,
que lucha con uñas y dientes para la existencia.

Marxista

¿Cómo me hice marxista?
Y bien... iba entre las florecillas primaverales, blancas y celestes,
que nacen justo después de las prímulas,
-y un poco antes de que las acacias se cubran de flores,
perfumadas como la carne humana, que se descompone en el calor sublime
de la más bella estación y escribía en las orillas de las pequeñas lagunas
que a lo lejos, en el país de mi madre, como uno de esos nombres
intraducibles se las llama “fonde”,
con los hijos de los campesinos que se bañaban inocentemente
(porque permanecían impasibles ante su vida
mientras yo los imaginaba conscientes de lo que eran)
escribía los poemas de “El ruiseñor de la Iglesia Católica”.
Era en el ’43: en el ’45 todo fue diferente.
Esos hijos de campesinos, ya más grandes,
se pusieron un pañuelo rojo en el cuello y marcharon
hacia la capital del distrito, con sus puertas
y sus palacetes venecianos.
Y es así cómo supe que eran jornaleros,
y que había también patrones.
Me puse del lado de los jornaleros, y leí a Marx.

Muerte

Vuelvo a ti, como vuelve
un emigrado a su país y lo redescubre:
he hecho fortuna (en el intelecto)
y soy feliz, tanto
como hace tiempo lo era, destituido por norma.
Una rabia negra de poesía en el pecho.
Una loca vejez de jovencito.
Antes tu alegría se confundía
con el terror, es verdad, y ahora
casi con otra alegría
lívida, árida: mi pasión decepcionada.
Ahora me das miedo de verdad,
porque estás de verdad cerca, incluida
en mi estado de rabia, de oscura
hambre, de ansia casi de criatura nueva.

Ninetto
Uno entre muchos epílogos

Ay, Ninarieddo, recuerdas aquel sueño...
del que tantas veces hemos hablado...
Yo estaba en el coche y me iba solo con el asiento
vacío al lado mío, y tú corrías;
a la altura de la ventanilla aún semiabierta,
corriendo ansioso y obstinado, me gritabas
con un poco de llanto infantil en la voz:
‘Paolo, ¿me llevas contigo? ¿Me pagas el viaje?’
Era el viaje de la vida; y sólo en sueños
osaste descubrirte y pedirme algo.
Tú sabes muy bien que aquel sueño es parte de la realidad;
y no un Ninetto soñado el que dijo esas palabras.
Tan verdad es, que cuando hablamos de ello, te ruborizas.
Ayer, en Arezzo, en el silencio de la noche,
mientras el centinela echaba la cadena a la cancela
detrás de ti y tú ibas a desaparecer,
con tu sonrisa fulmínea y burlona, me dijiste... ’¡Gracias!’
‘¿Gracias, Niné?’ es la primera vez que me lo dices.
Y, efectivamente, te das cuenta de ello y te corriges, aguantando el tipo
(en eso eres un maestro), bromeando:
‘Gracias por el viaje’. El viaje que tú querías
que yo te pagase era, lo repito, el viaje de la vida:
y en ese sueño de hace tres, cuatro años decidí
lo que a mi equívoco amor por la libertad era contrario.
Si ahora me agradeces el viaje...Dios mío,
cuando estás en el calabozo, tomo con miedo
el avión hacia un lugar lejano. De nuestra vida soy insaciable,
porque una cosa única en el mundo no puede nunca agotarse.

Padre (I)

Con el fin del fascismo, comenzó el fin de mi padre.
Lo que dije del fascismo es una coartada,
con la que justifico también mi odio,
injusto, hacia ese pobre hombre: y debo decir sin embargo que es un odio
horriblemente mezclado de compasión.
Ahora que inmerecidamente tengo cuarenta y cuatro años,
casi la edad que él tenía en la época de mis primeros poemas,
lo veo fuera de mi historia,
en un episodio que me es totalmente extraño,
en el que soy un culpable héroe objetivo.
Porque debo recordar
que, con mi amor inicial hacia mi madre,
hubo también un amor hacia él: un amor sensual.
Debo recordar mis pasitos de niño de tres años
en una ciudad miserablemente perdida entre las montañas,
de apariencia ya un poco austríaca,
casi en las fuentes de un río con nombre de museo y de guerra
y de miseria,
un río celeste entre grandes playas arenosas
al pie de las montañas,-
mis pasitos al borde de una carretera
golpeada por un sol que no era de mi vida
sino de la de mis padres,
el borde donde mi padre, hombre joven,
estaba orinando...

Padre (II)

Todo esto está bien, París está llena de la experiencia de estas cosas;
y es mucho mejor si se trata de una muchacha sencilla convertida en reina;
está bien y cuenta hasta un cierto punto, y para las almas en pena;
lo que cuenta es él, el Padre, sí, él:
lo dice uno que no lo conoce
que nada sabe de él, que nunca lo ha visto,
que nunca le ha hablado, que nunca lo ha escuchado,
que nunca lo ha amado, que no sabe quién es, que no sabe si es-
¡Tú, al sonreírme a mí, le sonríes a él!
Pero yo nunca pude ser él, porque no lo conozco,
te lo juro, María, no tengo la mínima experiencia de él;
¡Y para tí es tan natural!

Pasado

Yo soy una fuerza del pasado.
Sólo en la tradición está mi amor.
Vengo desde las ruinas, desde las iglesias,
los retablos de altar, desde los pueblos
abandonados sobre los Apeninos o los Prealpes
donde vivieron mis hermanos.
Doy vueltas por la Tuscolana como un loco,
por la Appia, como un perro sin amo.
O miro los crepúsculos, las mañanas
sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo,
como los primeros actos de la Poshistoria
a los que asisto, por un privilegio del registro civil,
desde el borde de alguna edad
sepultada. Monstruoso es nacer
de una mujer muerta.
Y yo, feto adulto, doy vueltas y revueltas,
más moderno que todos los modernos
buscando hermanos que ya no existen.

Pasaje

Luego, en los ’60, rodé mi primera película, que se titula “Accattone”.
¿Por qué pasé de la literatura al cine?
Hay, entre las preguntas previsibles de una entrevista,
una pregunta inevitable, y ésta lo es.
Respondía siempre que era para cambiar de técnica,
que tenía necesidad de una nueva técnica para decir algo nuevo,
o, al contrario, que decía lo mismo siempre, y que, por eso
debía cambiar de técnica: según las variantes de la obsesión.
Pero no era del todo sincero dando esta respuesta:
lo verdadero estaba en lo que había hecho hasta entonces.
Después me di cuenta de que no se trataba de una técnica literaria, casi
formando parte de la lengua con la que uno escribe:
sino que era, ella misma, una lengua...
Y entonces proclamé las razones oscuras
que presidieron mi elección:
¡cuántas veces rabiosa y desconsideradamente
declaré querer renunciar a mi ciudadanía italiana!
Y bien, abandonando la lengua italiana, y con ella,
progresivamente la literatura,
renunciaba a mi nacionalidad.
Decir no a mis orígenes pequeño burgueses,
le daba la espalda a todo lo italiano,
protestaba, ingenuamente, poniendo en escena una abjuración
que, al mismo tiempo que me humillaba y me castraba,
me exaltaba. Pero no era del todo sincero, todavía.
Porque el cine no es solamente una experiencia lingüística,
sino también, en tanto que búsqueda lingüística,
una experiencia filosófica.

Roma

Mísera y magnífica ciudad
que me ha enseñado lo que, alegres y feroces,
los hombres aprenden de niños,
las pequeñas cosas en las que se descubre
la grandeza de la vida en paz, como el andar
firmes y apresurados entre la muchedumbre
de las calles, dirigirse a otro hombre
sin temblar, no avergonzarse
de mirar el dinero contado
con dedos perezosos por el mozo
que suda delante de las fachadas, trabajando,
con su eterno color de verano;
aprender a defenderme, a ofender, a tener
el mundo delante de los ojos
y no solamente en el corazón,
a comprender que pocos conocen las pasiones
en las que yo he vivido, que no me son fraternos
y sin embargo hermanos míos son en el tener
pasiones de hombres que alegres,
inconscientes, enteros, viven
de experiencias por mí desconocidas.

Soledad

La soledad; hay que ser muy fuertes
para amar la soledad; hay que tener buenas piernas
y una resistencia fuera de lo normal: no hay que exponerse
a resfriados, gripe o dolor de garganta: no hay que temer
a atracadores ni a asesinos; si es preciso caminar
toda la tarde o, tal vez, toda la noche
es preciso saberlo hacer sin darse cuenta; no hay donde sentarse;
especialmente en invierno, con el viento que sopla sobre la hierba mojada,
y con las rocas entre la basura, húmedas y fangosas;
no hay ningún consuelo, de eso no hay duda,
además del de tener por delante todo un día y una noche
sin deberes ni límites de ningún tipo.

Súplica a mi madre

Mis palabras de hijo dirán difícilmente
algo a un corazón de mí tan diferente.
Sólo tú en el mundo sabes de mi corazón
lo que siempre fue, antes de cualquier amor.
Por eso tengo que decirte lo que es horrible reconocer:
germina mi angustia en el seno de tu gracia.
Eres insustituible. Por eso está condenada
a la soledad la vida que me diste.
Y no quiero estar solo. Tengo un hambre infinita
de amor, del amor de cuerpos sin alma.
Porque el alma está en ti, eres tú, pero tú
eres mi madre y tu amor es mi esclavitud:
esclava fue mi infancia de este sentimiento,
alto, irremediable, inmenso el compromiso.
Era la única manera de sentir la vida,
el único color, la única forma. Ahora se acabó.
Sobrevivimos. No es más que la confusión
De una vida recreada al margen de la razón.
Te lo suplico, ay, te lo suplico, no pretendas morir.
Estoy aquí, solo, contigo, en un futuro abril.

Teorema (1968)

En cuanto a mis obras futuras,
verás a un joven llegar un día
a una hermosa casa donde un padre, una madre, un hijo y una hija
viven ricamente, en un estado que no conoce la crítica,
como si fuera un todo, la vida pura y simple;
hay también una sirvienta (originaria de regiones subproletarias);
viene, ese joven, bello, como un americano,
y, súbitamente, la sirvienta, la primera, cae enamorada de él,
y se levanta las faldas. Él le da la dulce,
pesada cólera de su miembro. Luego el hijo
se enamora de él: duermen juntos, en la misma habitación
del chico, con los restos de la infancia; y también al hijo
él le da su miembro de seda, más adulto y potente;
y el mismo don, condescendiente y generoso,
porque él es el que da, le hará a la madre,
que adoró sus ropas, los pantalones, la remera,
el slip, dejados en un bungalow
un día caluroso de verano, sobre el mar Tirreno;
y aún el mismo don le hará al padre, transformándose
en padre del padre –porque él, con ambigua dulzura materna,
es, por nombre, padreal
padre que se despertó al alba
con un dolor de estómago que lo parte en dos,
y que descubre, alzándose para ir al baño,
la belleza muda de las cuatro de la mañana
con el fulgor del sol...y que descubrirá su amor
con la misma maravilla con que descubrió aquel sol:
un amor como el de Ivan Ilich por su sirviente
campesino y joven;
pero consciente y dramático
porque él, el viejo industrial con la cara
de Orson Welles, es un pequeño burgués,
que dramatiza todo.
El mismo don de su miembro, durante las horas
de la enfermedad del padre –y antes que al padreél
le hará a la hija de catorce años, enamorada
de su padre, y que descubre, al joven todo amor,
a través de los ojos enamorados, justamente, del padre.
Después el joven se va:
la ruta al fondo de la que desaparece
permanecerá desierta para siempre.
Y cada uno, en la espera, en el recuerdo,
como apóstol de un Cristo no crucificado pero perdido,
tiene su destino. Es un teorema:
y cada destino es un corolario.

¡Oh, yo jovencito! (1)

¡Oh, yo, jovencito. Nazco
en el olor que la lluvia
suspira desde los prados
de hierba viva... Nazco
en el espejo de los charcos.
En ese espejo Casarsa
-como los prados de rocío tiembla
de tiempo antiguo.
Allá abajo vivo de piedad
lejano muchachito pecador,
con una risa desconsolada.
¡Oh, yo jovencito!, serena
la tarde tiñe de sombra
los viejos muros, en el cielo
la luz enceguece.

¡Oh, yo jovencito! (2)

Yo quería ser mi madre
que me amaba, pero
no quería amarme a mí mismo.
Y entonces fingía ser
un joven pobre.
No podía convencerme
de que también en un burgués
hubiera algo para amar:
aquello que amaba mi madre
en mí, puro y despreciado.
Nada ha cambiado
me veo todavía pobre
y joven, y amo sólo a aquellos
como yo. Los burgueses
tienen un cuerpo maldito.